Fragmento
La máquina está inmovil. Lleva dos horas con los dedos sobre las teclas pero los pensamientos están clavados en un sólo recuerdo. La hoja no avanza, hay dos lineas de tinta uniforme pintadas sobre el papel y sus lentes resbalan despacio desde el tabique hasta la punta. La camisa tiene un óvalo de sudor en la espalda y un pedazo de tela pegado por la humedad en la piel. Los pelos que salen de enfrente tienen pequeñas gotas en la punta que resplandecen con el brillo del líquido salobre y otras tres esferas se derraman desde la frente hasta el cuello. Gabriel está inerte, con los ojos fijos en el papel y las manos ansiosas por seguir. La vista se pierde en el blanco, la mirada penetra la hoja y la conciencia se pierde. Unos golpes en la puerta lo despiertan, pasa la manga sobre la frente y las gotas quedan embarradas en la camisa. Llega hasta la puerta y toma la manija, esta se abre y entra un hombre viejo, aparenta un poco más de cincuenta años. Tiene algunos mechones de cabello gris, algunas marcas y cicatrices en la cara y en las manos. Su ropa esta muy sucia, desgastada y sus ojos parecen dos cuchillos que acribillan el cuerpo de Gabriel. Quiere gritar pero la fatiga que causa el pensar demasiado no se lo permite, prefiere que el extraño comience la interacción.
La máquina está inmovil. Lleva dos horas con los dedos sobre las teclas pero los pensamientos están clavados en un sólo recuerdo. La hoja no avanza, hay dos lineas de tinta uniforme pintadas sobre el papel y sus lentes resbalan despacio desde el tabique hasta la punta. La camisa tiene un óvalo de sudor en la espalda y un pedazo de tela pegado por la humedad en la piel. Los pelos que salen de enfrente tienen pequeñas gotas en la punta que resplandecen con el brillo del líquido salobre y otras tres esferas se derraman desde la frente hasta el cuello. Gabriel está inerte, con los ojos fijos en el papel y las manos ansiosas por seguir. La vista se pierde en el blanco, la mirada penetra la hoja y la conciencia se pierde. Unos golpes en la puerta lo despiertan, pasa la manga sobre la frente y las gotas quedan embarradas en la camisa. Llega hasta la puerta y toma la manija, esta se abre y entra un hombre viejo, aparenta un poco más de cincuenta años. Tiene algunos mechones de cabello gris, algunas marcas y cicatrices en la cara y en las manos. Su ropa esta muy sucia, desgastada y sus ojos parecen dos cuchillos que acribillan el cuerpo de Gabriel. Quiere gritar pero la fatiga que causa el pensar demasiado no se lo permite, prefiere que el extraño comience la interacción.
-Soy Donatien Alphonse François.
-Gabriel García Márquez, mucho gusto.
El extraño no pone atención a las palabras de Gabriel y comienza a buscar algo dentro del cuarto. Busca en los cajones y en el piso. Se acerca al escritorio y ve a un lado de la máquina un montón de libros. Los agarra y los mancha con sus manos negras de suciedad, los hojea.
-Aquí está todo- Le dice a Gabriel.
-¿Qué es todo?
-Para tu libro. Para esta hoja vacía que no te atreves a llenar. Todo está aquí -dice mientras le arranca las hojas a los libros y las avienta por el aire.
-¿Qué haces? deja eso. ¿Qué haces aqui? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué te sucede? Estás loco. ¿Qué quieres? Vete de aquí y deja mis libros.
-Soy Donatien Alphonse François.
-Si eso ya me lo habías dicho, pero ya mejor vete, tengo que seguir escribiendo.
-De Sade...
Continúa en publicación próxima.
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